miércoles, 3 de marzo de 2010

ME QUEDÉ DE PIEDRA



Nunca me hubiera imaginado lo que me pasaría aquel día. Salí de casa tranquilamente, el sol pegaba fuerte después de aquella nevada, y lo único que me apetecía era pasear y disfrutar del sol. Mi paso era lento, así tenía más tiempo de pensar. Dejaba mi mente en blanco e infinidad de ideas y acontecimientos pasados pasaron por delante de mí, así sin quererlo. Decidí andar justo por el bordillo de la acera, imitando a un funambulista, ese ejercicio hacia que mi mente se relajara más y no llegara a pensar en nada ni nadie,... hasta que ocurrió, noté como si mi cuerpo se hubiera tornado metal y pasara al lado de algún alternador eléctrico. Noté una especie de corriente que me hizo caer de mi cuerda funambulista imaginaria. Mis ojos se cruzaron con una mirada ajena que no dejó de mirarme. La situación sobrepasaba el deseo sexual o cualquier tipo de deseo natural. Creo que experimentamos lo mismo. Era una sensación sobrecogedora. Empecé a notar como mi sangre cristalizaba, llegándome a provocar leves dolores que salían de mis venas y arterias. Pude ver como la piel de aquella persona empezaba a ponerse morada, sus ojos no miraban a mis ojos, sino que su mirada llegaba más allá de mi iris, más allá de la fóvea y de las conexiones químicas a mi parte perceptiva del cerebro. Noté como, aún estando despejado el cielo, empezaban a caer pequeños comos de nieve, se iban depositando en nuestras cabezas, en nuestros hombros, pero esta vez no podía llegar a notar el frío del fenómeno, y fué entonces cuando descubrí que el frío éramos nosotros. Nuestra piel ahora era piedra, granito frío, pulido y brillante por el hielo. Nuestras miradas se cruzaron pero llegamos a comprender que lo que se cruzaron fueron algo más que nuestras miradas.
(foto: Parque Vigeland, Oslo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario